lunes, 5 de marzo de 2012

Dios en la literatura

Por la literatura el verbo se hace carne. Dios la eligió para, a través de ella, revelarse a nosotros. Eligió una lengua, la semítica, y un género próximo a la ficción, pues en toda la Biblia no hay una sola clase de teología, un ensayo doctrinal, un texto conceptual. Toda ella es una narración pictórica: se ve lo que se lee.
Los libros bíblicos reúnen una sucesión de hechos históricos y alegóricos (parábolas, metáforas, aforismos), entremezclados de genealogías, axiomas, proverbios, poemas (Cantar de los Cantares y Salmos) y detalles técnicos y ornamentales (la construcción del Templo según 2 Crónicas).
Como sugiere Herbert Schneidau, la Biblia puede ser considerada "prosa de ficción historizada". Historizada porque se aleja del universo de las leyendas y de los mitos, a pesar de que haya materia prima legendaria subyacente al Génesis en el relato sobre David, en la saga de Job y en parte de los Libros de los Reyes.
Los autores bíblicos se apartaron deliberadamente del género épico (Homero y Virgilio), lo que se explica por el rechazo del politeismo. Lo que impregna el escrito bíblico es el sentido de historicidad. Ésta rompe con la circularidad del mundo mitológico y nos presenta a un Dios que tiene historia: Yavé, el Dios de Abrahán, Isaac y Jacob. En ella la historicidad se hace presente en la descripción de los cinco primeros días de la Creación, antes del surgimiento del que llegaría a ser considerado el protagonista del proceso histórico: el ser humano. Hay una evolución, simbolizada en la sucesión de los seis días.
Lo que hace de nosotros imagen y semejanza de Dios es la capacidad de amar y el lenguaje. Los animales también aman, hasta el punto de que ciertos pájaros, como los tordos, se mantienen fieles después de emparejarse. Pero sólo el ser humano posee un nivel de conciencia que le permite ordenar y expresar sentimientos, emociones, intuiciones y afectos. Eso nos hace semejanza divina. Dios es amor y su afecto por nosotros se manifiesta en el lenguaje contenido en la narrativa bíblica y en la epifanía del Verbo que, entre nosotros, se hizo carne.

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